Pablo Fernández Christlieb, académico en la Facultad de Psicología de la UNAM, señala que la gente tiene fascinación por lo incierto, enigmático, misterioso o por aquello que no tiene respuesta, como es el caso de la creencia en fantasmas.
Porque cuando se les pregunta si existen tal vez dirán que sí, y en Halloween o Día de Muertos lo harán con más énfasis.
Sin embargo, no se podría decir que se cree en la existencia de fantasmas, de la misma manera en que se hace con la realidad cotidiana, señala el especialista.
Las personas no creen en los fantasmas como objetos reales: una mesa, la silla, la vida cotidiana, el dinero o, inclusive, el estatus. Más que creer hay cierto gusto por la infancia. Los niños creen en los fantasmas si viven en una familia, o en un pueblo, o en una tradición en la que les dicen que sí creen en los entes, indica.
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Los menores creen todo lo que dicen los adultos porque confían en ellos. Entonces estarán buscando a los fantasmas en los rincones, detrás de las puertas y en casas abandonadas.
No a todos les gusta recordar su infancia, pero sí rememorar cuando la vida tenía una certidumbre dicha por los adultos que les rodeaban.
Cuando se habla de estos entes, hay un gusto por regresar a la infancia. Porque las personas creen en esa etapa o quieren renovarla o revivirla, aclara el autor de los libros La sociedad mental y La psicología colectiva un fin de siglo más tarde.
¿Por qué se cree en fantasmas?
La gente tiene fascinación por lo incierto, enigmático, misterioso o por aquello que no tiene respuesta.
Es curioso, señala el experto para la Gaceta UNAM, mientras que la ciencia o las universidades se la pasan diciendo que todo se puede entender y tiene su explicación, las personas, aunque estudiemos y hagamos licenciaturas, o seamos muy científicos, de repente nos quedamos con un gusto melancólico o nostálgico y decimos: ojalá existiera algo que no podamos entender, porque eso hace la vida más emocionante cuando esta se torna aplanada o aburrida.
Tradicionalmente, en los inicios de las sociedades hay esa necesidad de entender o comprender el mundo:
- quiénes somos
- para qué estamos aquí
“Importa más tener una respuesta incorrecta que no tenerla con tal de saber qué hacemos en este mundo. Entonces, a falta de algún dato, cualquier explicación es buena”.
A medida que se va sofisticando el conocimiento, esas explicaciones originarias como las mitológicas, por ejemplo, dejan de operar y se quedan como tradiciones que funcionan como un cuento o nostalgia, acota.
Hay cierto gusto o encanto nostálgico por nuestras tradiciones, “por sus formas de interpretar la vida, por eso el Día de Muertos es un gran ejemplo. No se cree en los difuntos que regresan, sino en los altares, en el cempasúchil y en el ritual que se lleva a cabo. Lo cual es más interesante que los fantasmas”.
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Para los mexicanos pareciera que esta festividad es la más importante, más que otras fechas. Porque creemos en el ritual que conecta a la comunidad consigo misma.
Es decir, demuestra que somos una sociedad sólida o que nos seguimos queriendo en conjunto.
“Los rituales funcionan como fenómenos de comunión o de comunicación profunda”, recalca.
Volver a sentir “fantasmalmente” la presencia de los que se fueron, de los seres queridos, tiene una dosis gigantesca de consuelo.
Creer por un momento que los muertos no se fueron y los llevamos en la memoria y en el recuerdo:
“Si una persona murió de una enfermedad, como Covid, y la circunstancia fue penosa se puede volver a pensar en la muerte. Con temor a ella, pero sin dolor”.
Cuando fallece alguien aparece la soledad. “Se queda uno solo frente a quien se fue, y lo que hacen los rituales, como los velorios (el Día de Muertos es un velorio exponenciado), es juntar a la gente frente a la soledad y encuentra una compañía grande, y ese elemento debería ser el único creíble”, concluye el académico de la UNAM.