Por más de cuatro décadas, investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) han estudiado las ofrendas dejadas por los mexicas en el Recinto Sagrado de Tenochtitlan, en las que han identificado elementos que además de hablar del alto sentido de religiosidad de esta cultura, revelan el poderío que ejercieron sobre una gran parte del actual territorio mexicano.
Los huesos de antiguos animales ajenos a la Cuenca de México constituyen objetos por demás reveladores. Baste mencionar que dentro del Templo Mayor se han localizado más de 400 especies de fauna exótica: desde pequeños peces y moluscos de arrecifes coralinos, hasta jaguares, lobos, cocodrilos y águilas provenientes de todos los confines del imperio mesoamericano.
Así lo destacó la bióloga Norma Valentín Maldonado, quien en el marco de la exposición Templo Mayor. Revolución y estabilidad —que se exhibe en el Museo de Templo Mayor (MTM) hasta septiembre próximo— y del ciclo académico de actividades que la acompaña, habló en conferencia sobre este tema.
“Los animales que los mexicas ofrecían a sus dioses tenían características especiales. Eran los más bellos, o bien los más feroces y venenosos que conocían”.
La investigadora de la Subdirección de Laboratorio y Apoyo Académico del INAH señaló que acorde con la evidencia arqueológica recabada por el Proyecto Templo Mayor (PTM) desde su origen, en 1978, y otras fuentes documentales (crónicas o códices) se tiene bien diferenciada la fauna que los tenochcas usaban ritualmente y la que consumían.
Esta última, dijo, estaba formada por liebres, conejos, codornices, ranas y ajolotes, entre otros animales de los cuales, en el Recinto Sagrado solo se han encontrado representaciones en cerámica, concha, piedra y otros materiales, mas no osamentas. La excepción ha sido un “basurero ritual” excavado en 2004 por el arqueólogo Álvaro Barrera en la confluencia de las calles de Moneda y Licenciado Verdad; espacio que marcaba los límites del Templo de Tezcatlipoca.
Dichos animales de uso cotidiano se usaban también para comerciar con otras poblaciones. En cambio, los ejemplares exóticos a menudo se obtenían por medio del tributo que Tenochtitlan exigía de sus pueblos vasallos.
La especialista indicó que la fauna de las ofrendas del Templo Mayor puede dividirse en cinco grupos: el de moluscos, integrado por aproximadamente 300 especies, entre galletas, pepinos y estrellas de mar; el de peces, que cuenta con un estimado de 60; o bien el de aves, para el cual se han reconocido más de 25 especies, entre ellas el águila real, la garza y el ibis espatulado.
Acotó que si bien los reptiles y mamíferos son los más escasos en cantidad, con 16 y seis especies, respectivamente, ello no quiere decir que tuvieran una importancia menor para los tenochcas, pues era justo la ferocidad de los jaguares, pumas, lobos, lagartos y serpientes, y la dificultad que implicaba su captura, lo que los hacía más valiosos.
“Sabemos que muchos de los mamíferos y reptiles, así como las águilas, eran adquiridos en edades tempranas por los mexicas, esto para hacerlos más dóciles y garantizar su disponibilidad en caso de requerirlos con urgencia o en grandes cantidades”.
Existían espacios como la Casa de las Aves y el Vivario de Moctezuma —localizados en parte de los actuales terrenos de Palacio Nacional y el Museo Nacional de las Culturas del Mundo— donde estas fieras eran resguardadas. Personajes como el conquistador Bernal Díaz del Castillo tuvieron acceso a ambos espacios en su momento de esplendor.
La bióloga expuso que los depósitos rituales del Templo Mayor también son claros respecto al simbolismo de ciertos animales. “La Ofrenda 120 estaba compuesta por 12 águilas, por lo que creemos fue un evento de gran magnitud por la asociación de esta ave con el sol, la guerra y el mito de origen de México-Tenochtitlan”.
En las ofrendas 99 y 100, el vínculo fue más claro pues se localizaron uno y 16 colibríes para cada caso; ave que los mexicas asociaban con su deidad tutelar, Huitzilopochtli, cuyo nombre incluso se traduce como ‘colibrí zurdo’.
Otro aspecto revelado por la arqueología es que ciertas especies de aves recibían un tratamiento especial antes de su depósito en ofrendas. Por ejemplo, “a las águilas y los ibis espatulados se les retiraban las partes blandas del cuerpo junto con la masa encefálica a fin de ralentizar su descomposición, asimismo, se les dejaban los huesos de las puntas de las alas, cola, patas y pico para que conservaran su fisionomía natural”.
Como cierre a su ponencia, Norma Valentín refirió que el acervo de fauna del Templo Mayor asciende a decenas de miles de ejemplares y se mantiene en crecimiento de la mano con los actuales trabajos del PTM, dirigidos por Leonardo López Luján, pues se tienen casos en que una sola ofrenda resguardaba más de 15 mil ejemplares de moluscos.
De igual modo, la investigadora hizo un llamado a tomar conciencia sobre la importancia que hoy tiene el cuidado de muchas de las especies animales antiguamente veneradas por los mexicas, y que, desafortunadamente, se encuentran amenazadas por la caza o la pérdida de sus hábitats naturales.