Las personas que vivieron hechos impactantes como la pérdida de seres queridos o su patrimonio podrían padecer secuelas psicológicas, entre ellas trastornos de ansiedad, un conjunto de alteraciones que modifican el comportamiento y son desencadenadas por la pérdida del control de los mecanismos cerebrales relacionados con el estrés y el miedo.
“La ansiedad y el miedo son respuestas normales de los seres vivos ante un riesgo real o imaginario. Sin embargo, estas sensaciones pueden ser difíciles de manejar y convertirse en trastornos. Estos cuadros casi siempre se acompañan de síntomas neurovegetativos como palpitaciones, opresión en el pecho, sensación de nudo en la garganta, sudoración en las manos, dolores de cabeza o mareos frecuentes, entre otros”, explicó Joaquín Gutiérrez Soriano, especialista del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.
La preocupación o las proyecciones de nuestros pensamientos son parte del día a día, pero si no se resuelven favorablemente, nos sobrepasan y surge la ansiedad, remarcó.
En opinión del experto, los trastornos de este tipo son un problema de salud pública; no obstante, uno de los escollos para que una enfermedad mental sea considerada de ese modo lo representa el hecho de que, aparentemente, no hace que aumente la mortalidad de forma significativa, como ocurre con el cáncer o un infarto al miocardio. Sin embargo, aclaró el universitario, los padecimientos mentales sí pueden empujar a la muerte (por suicidio u homicidio).
Además, se asocian a los males que pueden llevar al fallecimiento: es el caso de personas que sufren infartos y reportan ansiedad y angustia continuas. De igual manera, cuando algunos individuos entran en un estado de discapacidad, la ansiedad y la depresión crecen.
De este modo, las afecciones mentales se han posicionado, estadísticamente, como discapacitantes y ya ocupan los primeros lugares entre ellas.
“Ésta es la razón por la que la Organización Mundial de la Salud ha establecido que no hay salud sin salud mental. Aún más: abundan los reportes de discapacidad por demencias, que van acompañadas de depresión y trastornos de ansiedad, al grado de que se están colocando entre las primeras causas de muerte en grupos de edad avanzada”, apuntó el especialista de la UNAM.
Estrés postraumático y agudo
Antes, el estrés postraumático y el estrés agudo estaban clasificados dentro del grupo de trastornos de ansiedad, y hoy en día, ambos se encuentran con frecuencia en la población expuesta a desastres naturales.
“El estrés agudo surge después del evento traumático y puede durar de tres días a un mes, y también afecta a quienes no lo vivieron. Si al paso del tiempo persiste, se puede convertir en trastorno de estrés postraumático, pues a veces los individuos reexperimentan lo vivido”.
Entre el estrés y la ansiedad hay diferencias. Mientras el primero se define como una respuesta biológica a factores que generan cambios en el entorno, la segunda es un fenómeno más complejo, que depende de diferentes aspectos de la actividad mental.
¿Qué hacer ante un trastorno de ansiedad? En primer término, aceptar que se padece y comenzar un tratamiento para evitar que avance y limite las relaciones interpersonales. “La persona debe acercarse a un profesional, comunicarle sus síntomas y recibir una valoración”, recomendó Gutiérrez Soriano.
Actualmente se dispone de terapias como la cognitivo-conductual, el método Mindfulness, además de la meditación, el yoga y el ejercicio, que contribuyen a la relajación, concluyó.