Quién fue Cantinflas, su historia jamás contada

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El 12 de agosto de 1911, nació en Santa María la Redonda, un barrio modesto de la Ciudad de México, Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, quien a la postre se volviera mundialmente célebre con el nombre de su personaje, Cantinflas.

 

Gracias a dicho personaje, Mario gozó de enorme popularidad, aunque para ello, debió ir trazando un camino que no fue sencillo, pues en sus inicios se enroló en una compañía de cómicos ambulantes con la que recorrió todo México. En el circo desarrolló todo tipo de trabajos, entre ellos interpretar pequeños papeles.

 

Y fue a finales de los años veinte cuando comenzó a actuar en los locales de Ciudad de México y creó la imagen prototípica con la que se haría famoso.

 

Para 1930 era ya el cómico más famoso del país pero su consagración llegó 10 años después, en el filme Ahí está el detalle -dirigido por Juan Bustillo Oro-, en cuya última escena y mediante su delirante discurso, Cantinflas se salta las convenciones sociales, logrando cambiar el veredicto del juez.

 

“Cantinflas” fue inspirado por un barrendero “borrachito” que conoció cuando laboraba en el Teatro Follies.

 

Antes de ser comediante de carpas, llegó a ser: boxeador, taxista, lustrador de calzado, y bailarín. Una vez en el escenario el artista personificó al “pelado” mexicano de los años 30, quien se caracterizó por sus pantalones a la cadera, sombrero y paliacate, que se enredaba en un laberinto de palabras y expresiones.

 

Cantinflas será recordado por hacer triunfar a un pícaro de buen corazón que presenta cierto paralelismo con el personaje de Charlot
de
Charles Chaplin, si bien la clave del mexicano estuvo siempre vinculada a su disparatada e inagotable verborrea, que lo convirtió en el genio cómico más popular que México ha dado.

 

Su personaje basó su comicidad en unas reacciones ingenuas, en su asombrosa naturalidad y en sus personalísimos y desvariados monólogos, continuos, embrollos, inagotables, auténtico flujo del más delirante verbalismo que empezaba con inusitada fluidez y terminaba en balbuceos y galimatías ininteligibles, en interminable verborrea, mientras movía incansablemente su mano izquierda para acompañar la insólita proliferación de sus muecas.

 

Su actuación era, ante todo, fruto de la soltura y la agilidad; las situaciones más disparatadas y extraordinarias brotaban con maravillosa sencillez.

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